Durante cientos de eléctricas noches

un perro invisible le hace el amor a otro

acepté con desconfianza en mi cabeza

tal procesión fantasmagórica

que mantenía la quietud de los muñecos

hasta que eclosionó mi segunda hilera de dientes

pude permanecer allí

esperando que las lenguas

que baten sus alas bajo la cama

rompiesen la timidez y volasen libres

sobre mi almohadón de viscoso raso,

mas quise vestir aún más la carne

atormentada de delirios y dormí.